La isla es un territorio que limita con el agua en todas sus orillas, en todos sus bordes, sin embargo se une al continente en la profundidad no visible. En cambio una isla que flota es un lugar desterrado, que evoca la búsqueda utópica de quien la habita o de quien la contempla. La propuesta remite a la idea de agua como dimensión contenedora de la vida, se inicia a partir de una profunda reflexión sobre los ámbitos naturales en tanto escenarios de las luchas culturales.
Una serie de símbolos articulados estratégicamente: la vegetación, los barcos y la isla se constituyen como eje de la obra y constituyen una metáfora del viaje hacia “La Tierra sin mal”. Este concepto trasciende la idea de terruño o espacio geográfico para situarse en la dimensión corporal tangible e intangible del propio cuerpo. La escultura mantiene forma orgánica son dos superficies principales, la superior recrea la vegetación terrestre y la cara inferior la fauna y vegetación submarina. Asimismo se refleja la relación entre mar, como elemento fluido que sostiene la vida, y el espacio selvático, ambas dimensiones se complementan. En este sentido la obra representa un desplazamiento simbólico desde el mar a la selva y viceversa. Desde este imaginario se explora la influencia de las culturas ancestrales, así como las problemáticas que atraviesan cotidianamente los pueblos y minorías del sur del continente.